Este verano, con idea de hacer unos cursos en una Universidad de la región de Saarland, y averiguar el panorama laboral, me fui a pasar unas semanas en compañía de una chica alemana, a su piso de estudiante y también a casa de su familia.
Yo conocí a la chica, porque fui tutora de un amigo suyo, y hicimos una amistad durante el curso que pasaron en España. Ahora aterrizar en Alemania fue otro cantar...
Mi primera impresión fue de viajar atrás en el tiempo. La gente llevaba ropa útil, cómoda, de colores neutros, y duradera. El color más llamativo que vi quizás fuera alguna sudadera verde.
Esto me pareció extraño pues yo tomaba a Frankfurt, donde aterricé desde Santander, por una ciudad cosmopolita y moderna. Más tarde descubrí el gran número de luteranos de la región de Saarland, y me di con un canto en los dientes.
Mi primera parada fue en Frankfurt, un sábado por la noche. Entramos al Mc Donals al baño, porque no hay baños públicos ni en las estaciones, en todos hay que pagar unos 50 céntimos. Al salir, entraban un par de chicas hindúes con un carricoche. Detrás del mostrador salió una empleada, pegó una patada al carricoche, donde había un niño, y les dijo que se fueran, que no las quería allí, porque no tenían dinero para pagar. Las chicas se rieron de la señora, creo que la llamaron gorda y se fueron por la otra puerta. Miré a mi amiga, y me dijo que tal vez las conocía, y que los hindúes en Alemania "eran como gitanos". Yo me quedé, francamente consternada. Mi amiga tan tranquila.
Dejé mi maleta en un casillero, y me fui con mi amiga a cenar y tomar algo por ahí. Nos cobraron por adelantado. No hicimos sobremesa porque está mal visto, así que como española que se pasa un buen rato en el bar charlando, me pareció que íbamos escopetadas de un lado a otro. Vi algunos museos, y bares interesantes, con un ánimo de domingo por la tarde. Hasta que unos días más adelante entré en una discoteca, pensé que la gente no bailaba.
También, provoca una extraña sensación de quietud el hecho de que la gente apenas gesticule al hablar. Yo sentía, por primera vez en mi vida, que movía demasiado los brazos e incluso la gente me miraba raro.
Nos perdimos un poco por Frankfurt. Pasamos por unas calles con mala pinta llenas de árabes y puticlubs y sex shops, que había a patadas por toda la región. Pasamos por una calle donde había unos chiringuitos con comida y cerveza, por algún festival. Una niña y mujer moras trabajaban en cuclillas en el suelo haciendo crêpes. Yo miraba espantada. La gente tan tranquila. Luego vi muchos otros inmigrantes trabajando de la misma manera. El festival era del ayuntamiento. Había varios niños trabajando.
Vimos un divertido carro-bicicleta de esos que son un bar de cerveza. Yo pensé que podríamos subirnos, pero por lo visto solo aceptaba grupos que pedían hora (o día) con una semana o quince días de antelación, y nadie fuera del grupo podía subir al carro. Me dejó de parecer divertido de repente.
Nos fuimos sobre las doce de Frankfurt y ya parecía que eran las 3 porque mucha gente se iba a casa. Lo más bonito fue esa gran torre desde donde se ve la ciudad, que no recuerdo el nombre, y el río Maine.
Tuve una sensación extraña al ver a la gente a la entrada de las discotecas,mientras me iba a coger el tren para Giessen. Las chicas jóvenes no llevaban escotes. Quizás si faldas por encima de las rodillas (que no minifaldas), pero el atuendo más popular era la camisa blanca. En varios ambientes. Y los colores negro, azul marino y quizás marrón claro. No había más colores en la ropa de la gente.
Pero, todo esto es lo que yo vi, es lo me tocó ver a mí; quizas otras personas tuvieran otra impresión.
Mi próximo chasco sería en el metro, que cogeríamos para ir a estación central de trenes. No había seguridad ninguna. Bien,había gente rara como en todos los metros. Inmigrantes principalmente, que durante todo el viaje noté muy marginados. Un grupo de hombres bebía cerveza en el metro de pie. Ignorante de mí, yo no sabía que se podía beber en los transportes y me sorprendí. Pregunté a mí amiga si esto, junto con el hecho no haber seguridad, no era una mala fórmula. Ella me dijo que a veces había problemas, claro.
Yo me quedé seriamente consternada, todo el viaje.
Otra cosa que advertí, es que no hay alumbrado público. Las calles de Frankfurt me parecieron bastante oscuras y mal iluminadas, pero nada supe de la gravedad del asunto hasta que llegué a sitios más pequeños. La gente bebía en los trenes y metros, no había seguridad en ellos, y además al bajarte no había farolas.
Y cuando digo que no había farolas, es que estaba como la boca del lobo y tenías que encender la linterna del móvil. En el trayecto a la estación de Frankfurt no fue tan grave, pero al bajarnos en Giessen, la ciudad universitaria donde me dirigía, la impresión fue... siniestra.
Además de que no había NADIE en la calle. Un sábado por la noche en una ciudad universitaria. Me parecía todo muy extraño y empezaba a tener miedo.
Durante los días siguientes, compartí piso con tres chicas alemanas. La ciudad universitaria, y a dios gracias que si no... cerraba sus comercios a las 6 de la tarde, y los que más a las 8 ( que era como decir aquí a las 12). Con lo que el tema de hacer la compra y demás me tenía totalmente desconcertada. Dado que yo estaba, de vacaciones, conociendo el país, no es que madrugase una barbaridad. Pero es que si iba a las once de la mañana a por el pan, ya no había, era como ir a las dos de la tarde. Los veinteañeros, se levantaban como tarde a las ocho, y ¡estábamos a comienzos de septiembre! Casi era verano todavía.
Hacia calor, e insisto en el hecho del atuendo. La gente llevaba camisetas más coloridas que en Frankfurt, pero nada del otro mundo ni lo más parecido a algo alegre u original, y habiendo 28º no vi ni un sólo escote, y conté una minifalda (¡una!) y dos pantalones de pitillo ajustados en todo el viaje. ¡En todo el viaje! La gente llevaba ropa pasada de moda, vaqueros atemporales, quizás un poco acampanados, pero la sensación era como cuando era cría que comprabas todo en el Corte Inglés porque no había otra cosa. Pero todo estaba lleno de tiendas como H&M, Zara o incluso Vero Moda. Eso sí, lo que vendían era todo una sosez.
Durante el viaje fuimos a un festival de la cerveza Paulaner. Yo feliz de la vida. Fuimos a comer sobre las doce, la hora normal de comer, y pensé que pasaríamos la tarde. ¡La tarde! ¿Qué tarde? a las 5 y media te iban echando para cerrar a las 6. Y ni siquiera pude ver la catedral de lsitio por lo mismo. A las 6 todo cerrado.Era muy frustrante.
Me despertada todos los días entre las 8 y las 9 porque no había persianas, y era la última en hacerlo del piso. La media estaba entre las 6 y las 7. Y se me perdonaba porque estábamos de vacaciones.
Y esto era así independientemente si salíamos el día anterior.Porque como era una ciudad universitaria, había bares abiertos por semana. (Con esto quiero decir que era impensable en cualquier otro sitio tomarse un miserable café después de las seis) Bueno, un intento de bares...
Un día salimos a cenar sobre las ocho, y a las diez y media nos pusieron las sillas de la terraza encima de la mesa y nos cobraron a mitad de la cena... bastante mal educados los camareros en general. Con esto, quiero decir que lo del ocio, me pareció desilusionante.
Lo de la terraza tengo que matizarlo, porque no hay muchos bares, y menos aún terrazas. Ellos tienen los bistros, las panaderías y los Biergarten. En los bistros te comes algo con café o lo que sea, como una cafetería pero comunmente sin terraza, las panaderías y confiterías con muy populares porque son todos bastante golosos, y los Biergarten son "jardines de cerveza". Vamos, que son cervecerías con terraza. Pero no es como aquí que en cuanto sale un rayo de sol sacan terrazas de debajo de las piedras. No. Hay algunos Biergarten y esas son las únicas terrazas.
Era muy triste todo el ambiente. La ausencia de farolas, no había gente en la calle, la gente quedaba en casa. Un día quedamos para salir con amigos de la ciudad universitaria, tomamos unos cócteles en casa y íbamos a ir de bares. La discoteca abría a las doce, y yo feliz de tal suceso. Esperanzada. Craso error. Vinieron a las ocho, y me tuvieron en casa cuatro horas cantando canciones. Y tocando la guitarra. Me hubiera encantado con doce años, pero teniendo en cuenta que ni siquiera seguimos tomando cócteles, solamente fue uno así para asentar la cena, me aburrí como una ostra.
La "discoteca" no estaba mal. La gente bailaba como en cualquier pub, y se pegaba empujones. No fumaban. Bueno, admito que eso estuvo bien, y bebí cerveza con banana, también muy popular. Pero para casa prontito, a las dos, que al día siguiente había que coger el tren.
Me encantaron las cosas que tenían para los niños. Me pareció un país dedicado a los niños, con tiendas y tiendas y tiendas enormes llenas de cosas chulas, y acitvidades en la calle. Eso sí, la vida de los adultos, un muermo.
Bueno, lo peor estaba por venir. Yo ignorante de mí, pensaba que estaba de tratar con extranjeros, por aquello de ser profesora de español para extranjeros, pero cuando me fui a casa de la familia de esta chica, mi gozo en un pozo. Mal. Qué digo mal, fatal.
Que si no tenía ropa menos apretada para ir a casa de sus padres, me dijo después la chica alemana. Y yo iba tan normal, con vaqueros pitillo y camiseta de mangas de murciélago. Como me habían avisado de que eran más modositos no había metido ni una de tirantes. Y me cocí todo el viaje.
La familia, horrible... me preguntaron si las españolas salían en bata a la calle, si me habían bautizado y me casaría por la iglesia,y después de comprarme cerveza alemana para cenar, si era normal que las mujeres bebieran cerveza en mi país, porque en Alemania era cosa más de hombres. Que estaba mal visto que las mujeres siguiesen trabajando cuando tenían hijos, que para eso había ayudas.
Sí, di con una familia estúpida del todo. Seguro que las había mejores, pero yo salí de allí espantada. Que si me levantaba muy tarde porque me despertaba a las 9 (ellos si tenían persianas, gracias al cielo). Que si hacía cocinar a los hombres de la casa y eso estaba mal (le hice poner aperitivos en un plato). ¡Que si no lavaba los platos después de comer! Porque yo como invitada, cociné un par de veces cosas españolas, pero ¡no esperaba que mis anfitriones esperasen de mí que recogiese todo como una buena moza casadera, por dios! Bueno, que debieron pensar que yo iba ahí a trabajar, y en mi vida cociné e hice tantas cosas estando invitada en casa de nadie. Pues luego me enteré que no había sido suficiente y que era una maleducada. Yo estaba pasmada. Además de que se enfadaron conmigo por no saber que había como 5 contenedores de reciclaje diferentes, y equivocarme al echar unos huesos de aceituna. Daban por sentado que yo sabía para que servía cada uno, y se enfadaron al tener que explicármelo.
Tenían terraza y jardín que no usaban, y si lo hacía yo, se cabreaban. Todo el día en casa. Toda la semana. No querían dejarnos llaves para entrar y salir, era horrible. Bueno, yo me fui escopetada de allí. Nos tenían totalmente controladas. No había nadie en la calle, en el pueblo la gente no salía a pasear, ni los viejos. Un día quise dar un paseo de 200 metros hasta la iglesia, caminando y me dijeron que a donde iba yo sola tan lejos, y me llevaron en coche. Yo creí que era cosa de esta familia, pero tengo que decir, que no, que lamentablemente era un espíritu generalizado que se respiraba en el ambiente.
Yo estaba muy mal a gusto. Me fui muy mal a gusto. Después me enteré que había sido una maleducada por levantarme a las 9 en lugar de a las 7 como todos, que no les gustaba mi ropa, ni mis gestos, y que les parecía demasiado vivaracha (cuando siempre me han tomado por alguien de ánimo tranquilo) y todo esto se traducía en mala educación.
Mi amiga alemana me dijo todo esto, y dejamos de ser amigas. Dijo que lo pensaba al igual que su familia, y me parecía de una cara dura tremenda. Ella guardó sus minifaldas al llegar a casa de su familia,y no me avisó de nada, pero en España bien que las aprovechó. Así era todo allí. Y como ella, todos.
Desdeluego dejé de estar interesada en trabajar en Alemania. Al menos en la región de Saarland. Un sitio sin farolas, sin escotes, sin libertades, sin cafés... sin nada. Nada más que trabajar e irte a tu casa antes de que algún borracho te atraque en el metro.
Y como colofón, está lleno de críos vestidos de soldado. Es como viajar al pasado. La mili sigue siendo obligatoria en Alemania. El alumno que yo tuve, amigo de la chica alemana, era gay. Los gays no hacen la mili, no les dejan. Hacen servicios sociales. De vuelta al aeropuerto, como todas las veces que cogí un tren, los vagones iban llenos de críos pálidos con uniforme y petate. Chicas con pantalones no ajustados, jerseys flojos, camisas blancas, cuellos redondos, sin marcar cintura. Hombres con ropa en colores oscuros. Mujeres sin maquillaje, casi todas, ni pendientes. Las alemanas no llevan pendientes.
En Saarland disfruté de buenos conciertos en la calle, por la tarde, tempranito, enormes tiendas de Lego, maravillosos sistemas de reciclaje, cerveza a buen precio... Eso fue lo bueno. Y sus preciosas catedrales. El paisaje, lamento decir que también me desilusionó, porque era muy llano y sin sorpresas... como todo. Lo bonito eran los pueblos más viejos, las ciudades, todas llenas de árboles, metidas en el bosque, con el río cruzándolas. Eso sí era bonito, y lo serían más si las hubiera visto disfrutadas por la gente. Con farolas. Con niños jugando en la calle por la tarde, cuando aún es de día. Con (jamás pensé que lo diría) un poco más de ruido. De risas, de correteos... de desorden.
Cuando llegué a España, todavía era verano en realidad, a mediados de Septiembre. Cogí mi bicicleta a las 8 de la tarde y era de día. Me puse una deseada camiseta de tirantes. Me fui de paseo con mi novio hasta que anocheció, a las 10 o las 11, cenamos y nos fuimos a tomar algo para ver un concierto. La calle estaba llena de gente, niños...
Gente tocándose, abrazándose, besándose. Entonces fue cuando me di cuenta. En todo el viaje no había visto ni un solo beso ni un solo abrazo. Ni siquiera en la ciudad universitaria. Que no decir de la gente de más de 40, esos ni verlos en los bares tomando algo con sus amigos... y en Alemania me habían dicho también era de muy mal gusto que un matrimonio se besase en la calle.
En el concierto había una mujer de unos cuarenta años vestida de minifalda y blusa detrás de nosotros. Su pareja le abrazaba por detrás durante el concierto. Se besaban, como nosotros. Reían alto, cosa que también me di cuenta que hacia unas semanas que no oía. Una carcajada.
De repente me sentí muy bien de estar aquí. De repente me pareció estúpido ir a Alemania a... nada.
A nada en absoluto.
Ahí os lo dejo, licenciados. En Alemania, vi y sentí, para mi desilusión algo que no espetaba: los españoles son inmigrantes, no son europeos, no es engañéis. Hay gente mucho más cualificada que los propios alemanes, pero los que se llevan los puestos son ellos. Quizás hay ingenieros y técnicos españoles en las fábricas alemanas, pero para muchos de ellos siguen siendo mano de obra barata, gente que sale en bata a la calle, y con una cultura, a sus ojos, inferior. Muchas persoans me dijeron suavemente que pagaban sueldos más bajos a los italianos y españoles y que estaban tan contentos, porque los nuestros eran malísimos.
Además todos los puestos de mierda que vi estaban cubiertos por inmigrantes y estudiantes españoles, italianos...
Tal vez haya buenas ofertas de las grandes empresas, pero cuidado con los guettos que puede haber detrás. Tal vez no todos los alemanes piensen así, tal vez... y eso quiero pensar,pero desde luego las cosas son muy diferentes a como nosotros pensamos.